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Hermila Galindo anticipando por un año el Primer Congreso Feminista del país, llevado a cabo en Mérida, Yucatán; redacta este texto aún permeado por la moral victoriana, como parte de su mirada de la condición femenina. Comienza por agradecer al entonces gobernador del estado, Salvador Alvarado, por permitir e impulsar espacios de diálogo sobre la reivindicación de la mujer, a la par que se está llevando a cabo una Revolución Constitucionalista a lo largo de México, la cual implementaría modernas reformas sociales haciendo un llamado a la civilización. Galindo hace un análisis histórico y antropológico de la condición de la mujer, pasando de las tribus a las familias monógamas en las que la mujer es piedra angular, siendo que está “destinada” a perpetuar la especie. Su sujeción se da derivada de que su manumisión es dependiente del matrimonio, el cual –diría la autora- es el único medio lícito y legal de llevar a cabo su deseo sexual, imperante en ellas y no sólo en ellos. El que su instinto sexual se deba vivir como una “vida del corazón” no estimula el desarrollo de la razón en las mujeres, a las que la autora ve como complementarias del hombre y viceversa. El cambio necesita que la revolución le “abra los brazos a la mujer” y no permita inmundos comercios ni violaciones a la moralidad de la civilización naciente por parte de los hombres. Y si está en manos del estado legislar, queda en manos de la patria mexicana esta reivindicación de la mujer que en el siglo XIX no se concretó.

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